+ PREGUNTAS
Los productos para la protección de cultivos (también llamados fitosanitarios o agroquímicos) son seguros para la salud y el ambiente, siempre que se utilicen de manera responsable.
Estos productos se evalúan en un proceso regulatorio basado en los criterios y normas de registro de la Organización Mundial de la Salud (OMS). A lo largo de este proceso, se deben presentar estudios detallados sobre el impacto del producto en la salud y el ambiente para que pueda ser aprobado y comercializado.
Se realizan estudios de toxicidad aguda oral, dermal e inhalatoria, toxicidad subcrónica para las mismas vías, estudios de toxicidad crónica (desarrollo de malformaciones o cáncer) y ecotoxicidad, en mamíferos, aves, peces y abejas. También se analiza el comportamiento de la sustancia en el suelo y el agua. En Argentina, estos estudios son presentados al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), quien luego de un análisis pormenorizado, otorga la autorización para uso y comercialización del producto. Los requisitos necesarios para obtener esa autorización son similares a los de Europa, Estados Unidos y otros países del mundo.
Más allá de la autorización regulatoria y para minimizar los riesgos a la salud y al ambiente, los productos fitosanitarios deben ser usados responsablemente y siguiendo las buenas prácticas agrícolas; esto es, usando los productos correctos, en las dosis adecuadas y siguiendo los métodos de aplicación recomendados en las etiquetas de los productos.
La población mundial está en constante crecimiento y para el año 2050 habrá más de 9.200 millones de habitantes en el planeta, los que demandarán más alimentos, fibras y combustibles. En respuesta a esto, la agricultura deberá suministrar un 80% de los alimentos, lo que exigirá un aumento en la productividad de los cultivos de un 60% más que hoy en día.
El mayor desafío de la agricultura es, sin embargo, responder a esta demanda de una forma sustentable. Esto es producir más, pero al mismo tiempo disminuir su propia huella ecológica (impacto generado por el uso de los recursos existentes en la tierra) y adaptarse a importantes limitaciones como el cambio climático, la falta de agua y la escasa tierra que podría llegar a sumarse a la actividad agrícola.
En este punto es donde se debe destacar la importancia de la incorporación de los avances científicos y tecnológicos en la actividad agropecuaria. Se estima que sin la aplicación de fitosanitarios la producción mundial de frutas y hortalizas, forrajes y fibras caería entre 30 y 40% por acción de las plagas. Por lo cual, el uso de las tecnologías existentes y el desarrollo de nuevas herramientas son fundamentales para responder a los desafíos que enfrenta la agricultura.
Los productos para la protección de cultivos (también llamados fitosanitarios o agroquímicos) son seguros para la salud y el ambiente, siempre que se utilicen de manera responsable.
Estos productos se evalúan en un proceso regulatorio basado en los criterios y normas de registro de la Organización Mundial de la Salud (OMS). A lo largo de este proceso, se deben presentar estudios detallados sobre el impacto del producto en la salud y el ambiente para que pueda ser aprobado y comercializado.
Se realizan estudios de toxicidad aguda oral, dermal e inhalatoria, toxicidad subcrónica para las mismas vías, estudios de toxicidad crónica (desarrollo de malformaciones o cáncer) y ecotoxicidad, en mamíferos, aves, peces y abejas. También se analiza el comportamiento de la sustancia en el suelo y el agua. En Argentina, estos estudios son presentados al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), quien luego de un análisis pormenorizado, otorga la autorización para uso y comercialización del producto. Los requisitos necesarios para obtener esa autorización son similares a los de Europa, Estados Unidos y otros países del mundo.
Más allá de la autorización regulatoria y para minimizar los riesgos a la salud y al ambiente, los productos fitosanitarios deben ser usados responsablemente y siguiendo las buenas prácticas agrícolas; esto es, usando los productos correctos, en las dosis adecuadas y siguiendo los métodos de aplicación recomendados en las etiquetas de los productos.
Las pulverizaciones aéreas son una excelente técnica de distribución de productos para la protección de cultivos, que siendo bien realizadas, se equiparan a las aplicaciones terrestres. Corresponde aclarar que la actividad agroaérea se encuentra absolutamente regulada por la ADMINISTRACIÓN NACIONAL DE AVIACIÓN CIVIL (ANAC), que los pilotos deben cumplimentar exigentes normativas que incluyen cursos de capacitación en técnicas de aplicación y otras que hacen a sus funciones exclusivas como pilotos.
Sus máquinas están perfectamente identificadas.
Hoy nuestro país cuenta con aeronaves especialmente destinadas a esta tarea, con características aerodinámicas ya incorporadas en la etapa de diseño que facilitan la operatoria y mejoran la calidad de llegada del producto al blanco.
Cuando se escucha la palabra “agrotóxicos” en muchas personas se genera una imagen de muerte o miedo, ya que asocian dichos productos con sustancias altamente peligrosas.
Obviamente, esta generalización no es cierta y es indiscutible la necesidad y seguridad de estos productos cuando son empleados en forma adecuada.
La utilización de los productos fitosanitarios en la producción de alimentos representa un beneficio innegable, garantizando una mayor producción de los mismos y haciendo que esta sea mucho más estable
Las buenas prácticas de aplicación de agroquímicos en áreas periurbanas deberán contar con el asesoramiento profesional de un Ing. Agrónomo quien determinará el agroquímico a emplear y la forma técnica de realizar la pulverización a efectos de evitar inconvenientes.
De acuerdo a antecedentes técnicos en nuestro país, el Ministerio de Agricultura ganadería y Pesca de La Nación recomienda que la distancia de aplicación a centros urbanos se puede establecer en 100 m para pulverizaciones con equipos terrestres y 200 m para pulverizaciones aéreas.
A modo de simple ejemplo, citaremos valores establecidos en otros países:
España: de 20 a 50 m
Estados Unidos: 10 m
Países de la Comunidad Europea: 30 m
Alemania: de 5 a 50 m.
En nuestro caso las definimos como un conjunto armónico de técnicas y prácticas aplicables a la distribución de productos para la protección de cultivos que aseguren que el producto obtenga el fin concebido, disminuyendo al máximo posibles daños a la salud y al ambiente.
El riesgo de los agroquímicos está dado por el uso incorrecto de los mismos y no por el producto en sí mismo, que fue oportunamente aprobado y regulado para el fin creado.
Todos los agroquímicos que se comercializan deben estar registrados ante el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).
Las exigencias y normativas fijadas por SENASA para poder ser comercializadas en nuestro país están en concordancia con lo establecido para estos fines por la Organización Mundial de la Salud y FAO.
Los productos para la protección de los cultivos, también llamados fitosanitarios o agroquímicos, protegen la salud de las plantas impidiendo o minimizando el daño que las plagas pueden causarles. Aplicando productos fitosanitarios, se logra un mejor rendimiento y mayor calidad en la producción de nuestros alimentos.
Los fitosanitarios pueden ser de origen biológico o de síntesis química, y se clasifican según la plaga que controlen en: acaricidas, fungicidas, insecticidas y herbicidas, según controlen ácaros, hongos, insectos o malezas, respectivamente.